lunes, 21 de septiembre de 2015

Nos eligieron para liderar el cambio


Miguel Á. Morales
Hace unos días debatíamos con unos compañeros y compañeras acerca de los deberes de la política, diferenciando, entre muchas cuestiones, entre liderar y fundirse en los sentimientos y pensamientos de la gente.

Es incuestionable que ninguna opción ideológica con voluntad de mayoría, puede dar la espalda a lo que la gente piensa y siente, cree y profesa, aplaude y rechaza. Confrontar siempre con quienes deben validar tu propuesta es, ciertamente, una estupidez.

Sin embargo, no podemos ser únicamente el brazo ejecutor de lo esperado. No nos eligen para ir detrás de las voluntades del entorno, sino y sobre todas las cosas, para liderar un cambio que tiene que consolidarse a partir de nuevas formas, de nuevas búsquedas y de nuevos caminos. El progreso es, ciertamente, liderar a la sociedad hacia el cambio.

Creo que el nuevo tiempo respeta tradiciones, cultos y ritos ancestrales, pero que también estamos obligados a construir una sociedad, institucionalmente, laica en la que conviva el credo y su ausencia de forma natural, ocupando los espacios que corresponden a cada uno.

Me niego a creer que la política sea, básicamente, hacer lo que esperan de nosotros a cada paso, en cada rincón y según ante quién estemos. No, la política es la articulación de un proyecto que debemos defender como opción clara ante la gente, con nuestros valores dentro y fuera del gobierno, haciendo gestión y oposición.

El socialismo siempre fue transversal y generador de convivencia, pero la transversalidad no es decir a cada uno lo que cada uno quiera escuchar, ver o compartir. El socialismo del siglo XXI debe estar en la vanguardia de todas las transformaciones, sin miedos, sin silencios y sin líneas curvas ante los conflictos.

Estoy convencido de que si no entendemos que estamos aquí para construir una nueva sociedad, caeremos en anacronismos y sus consecuencias. No podemos explicar el futuro con reglas pasadas y resulta una obviedad, que si queremos ser mayoría, en consenso y liderazgo, tenemos que aglutinar talento, altura de miras e inteligencia para imaginarnos el país y el continente que queremos.

Y yo me imagino un país en el que nos respetemos pero en el que la misa sea en la iglesia y el conocimiento en las aulas, en el que la inclusión sea ley y que el mercado no mercadee con nuestras hijas e hijos. Un país en el que las mujeres decidan qué, cuándo y cómo en vez de ser pisoteadas por moralidades vetustas y oscurantistas. En definitiva, nos eligen para liderar los cambios y no para gobernar a la carta.

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