Después de cuatro años de Mariano Rajoy y su decadente impostura final, lo lógico era encontrar soluciones conjuntas para, como representantes de la mayoría social constituida en el arco parlamentario nacional, transitar hacia otra época construida a partir de grandes acuerdos en políticas de estado y propuestas concretas para afrontar los problemas reales que tiene la ciudadanía después de estos años de políticas neoliberales impuestas por la derecha.
Poco de todo esto ha ocurrido. La gran trinchera de la lucha estratégica, las operaciones de marketing y el postureo político, hacen que los españoles asistamos atónitos y con incertidumbre, a la escenificación de un teatro marcado por la catadura moral de algunos. ¿Esto era la nueva política?
Da vergüenza ajena ver y oír el batiburrillo de algunos que plantean el Congreso como un plató de televisión con un prime time como objetivo sagrado. La banalización del discurso y la pornografía de la búsqueda de notoriedad, sólo contribuirá a que la gente se harte aún más de la política que, lejos de solucionar los problemas que la ciudadanía tiene, ahuyenta inversiones y nos sume en un mar de dudas mientras se desintegran unos y odian otros.
Pensaba que los nuevos llegaban para poner el hombro y no el insulto, creía que los que señalaban el cielo de las reformas iban a demostrar más nivel del que en realidad tienen. Y cuando digo nivel me refiero a todos los aspectos que debe tener un representante público, alejado del eterno carnaval de las gracias que sólo le ríen los suyos.
¿Alguien cree que España ganará algo con seis meses de inmovilismo? ¿Piensan que la gente que necesita respuestas puede esperar un minuto más? ¿Creen algunos que bloqueando los cambios se construye la izquierda o, por el contrario, sólo les importa un voto más, un diputado más e intentar hundir a un partido con casi 137 años de historia?
Lo nuevo no acaba más que arrancar y ya comienzan a evidenciarse síntomas de hastío entre la población. Si la revolución de lo nuevo no ha nacido y ya cansa, lo que nos espera es aún más descarnado, porque las miserias humanas afloran más que nunca cuando la ambición es repartirse los despojos.
No, la izquierda no se construye bloqueando. Se construye desde las convicciones y apostando, más que nunca, por la gente. Claro que, algunas élites roban a la gente y otros las desprecian aunque apelen a ella como leitmotiv. Dejad los salones y salid a la calle, dejad las consignas y aprended a hablar de gobernar. Escuchad, sentid el latido de las necesidades de la gente que no tiene niñeras en la puerta del Congreso. Así y sólo así seremos capaces de construir hacia la izquierda el país que necesitamos.
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